Amaru me dijo anoche, aún entre sueños: plurrio no me deja
dormir. La ventana de la sala estaba abierta y el piso debajo de mis pies frío
como la loza. Se me encogió de repente el pecho y corrí rápido a meterme debajo
de las sábanas. ¿Plurrio?
A los pocos instantes, tía me llamó para decirme que habías
salido. No tuvieron que decirme más, porque ya supe que te habías ido al
lugarcito ese que te gusta, donde tienen la televisión pequeña en la esquina,
siempre dando pelota, donde sirven el brandy fuerte sin hielo, que te hace
arder el esófago mientras te endulza la lengua. Más de una vez te acompañé a
ese lugar, y cojimos las guitarras colgadas en la pared para tocar esa canción
de Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo. En ese lugar se desayuna sandwich de huevo
frito con Fanta de piña y se escucha merengue desde que sale el primer rayo de
sol.
Saliste tan rápido anoche que no pude contarte de mi nuevo hogar.
Tenías razón cuando me dijiste que me iba para el sur y no me volverías a ver.
Qué rabia me da cuando tienes razón, viejo impertinente. Santiago es lindo pero
la comida es mala. Creo que te gustaría la cueca. Aquí el aire es frío y me
trizó los labios, y te tengo envidia porque sé que donde estás está tan
caliente que ya tuviste que desvestirte la calva. La palmera de la que estás
recostado da una brisa rica y cálida, que juro ahora mismo me acaricia el pelo
alrededor de la cara. Pero no me hagas caso, que son vainas mías. Uno se agarra
de cualquier cosa para estar allí contigo.
Estoy contenta porque saliste de tu claustro, que poco a
poco te apagaba la voz y te quitaba el aire. Te fuiste digno, ergido hasta dar
el último portazo. Pero no puedo evitar que se me llenen de lágrimas los ojos y
que me comience a faltar el aire, ese que ahora a ti te sobra. Te imagino
tomando el aire a bocanadas, los pulmones inflados, vivos, cantos de pájaros
saliendo de tu boca. Te escucho, escucho tus cantos, los escucho a mi lado,
aquí conmigo.
Hago un esfuerzo por abrir mis ojos hinchados, todavía sentada
en mi cama frente a la ventana, y ahí estás frente a mí. ¿Quién dice que no
funciona llorarle a los padres para que consientan a uno? Viniste. Te postraste
en esa rama y no te moviste aunque el viento frío de la mañana soplaba fuerte y
te revoloteaba las plumas. No te fuiste hasta que me harté de mi propio llanto
y se me secaron los ojos y las pestañas. Amaru entró a mi habitación, a ver
como yo seguía, él ya más calmado.
-Mamá,
¿qué haces?
-Aquí mi amor, que plurrio vino de visita.
Fotos tomadas desde mi ventana.
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