Saturday, July 23, 2011

Hasta que se fué


Estoy curiosa sobre su paradero. A lo largo de todas las decisiones importantes en mi vida, el me había acompañado, brindándome su apoyo, insincero y limitante, constante y recurrente, detrás mío como una sombra. No porque me gustara, o porque me hiciera bien, sino por la familiaridad de estar con él, me acostumbré a percibirlo como mío; su mano sobre la mía, una de las cosas más confiables.

Pero esta semana, al dejar mi escritorio, mi rutina y ocho años de trabajo, él no estuvo allí. En ese momento en que lo esperaba para que me ayudara a cargar el corazón pesado y las bolsas llenas de mis cosas; para tomar el tren camino a casa juntos, él no estuvo allí. Cuando me tuve que despedir de cada uno de mis compañeros de trabajo, sabiendo que con algunos de ellos las cosas ya no volverían a ser, él no me acompañó. Ni siquiera cuando me comenzaron a poblar las preocupaciones, por dinero y por estabilidad, por mi hijo, y las dudas sobre si esta aventura detrás de la fotografía valdrá la pena, ni siquiera en ese momento crucial él estuvo presente.

Al pensarlo mejor, quizás él comenzó a desilusionarse por los amigos, que nunca dejaban mi casa, quitándonos tiempo juntos, y quiénes intencionalmente insistían en excluirlo de nuestras conversaciones. Talvéz comenzó a molestarle demasiado la paulatina reducción de mi necesidad de él; lo notaba escurridizo cuando llegaban mis momentos importantes y ya no necesitaba comentárselos. Creo que fue haciendo sus maletas cuando vió que no eran sólo amigos, sino familia, hijo, novio, y una multiplicidad de personas quienes lo hacían sentir irrelevante. Aunque yo no estuve allí en ese momento, sé que la puerta se cerró detrás de él cuando por fin se dió cuenta de que ya no lo necesitaba.

Siento una alegría immensa de que mi miedo se haya largado, y no lo extraño en lo más mínimo, porque nunca hizo más que cortarme las alas.