Monday, October 24, 2011

Cosas que se sienten a la distancia





La luz de la mañana que entra por la ventana del avión, resplandece intensamente al acercarse el mediodía. Su intensidad refleja como me siento mientras voy de regreso a casa. No sabía cómo se sentía querer de esta manera, o que me quisieran así de vuelta.

Nunca quise una relación a larga distancia. Siempre las he criticado, consciente de todas sus limitaciones, de cómo el estar lejos de la persona que amas puede ser paralizante, hacerte sentir que pierdes tu tiempo. Comenzé esta relación con mucha reticencia, con miedo, cautelosa de cometer algún error, ya que mi lista de ellos es larga. Pero en cuatro meses, desde lejos, me enamoré de la persona más maravillosa que pude haber encontrado. Sin haberlo buscado, llegó. Lento, sin intenciones, este amor ha ido llenando todas las esquinas de mi vida, de mi día a día, con cariño y con su interés genuino por todas las dimensiones de mi persona, no sóla la física. A miles de kilómetros de distancia, desde otro país y desde mundos completamente distintos, la vida me regaló la oportunidad de vivir un amor hermoso, algo más fuerte que cualquier amor que he vivido en persona. ¿Cómo puede sentirse tanto a la distancia?

En los breves momentos cuando estoy con él, como en este último viaje, la magia de esto crece de forma que no cabe en el espacio que ocupamos, como brotes en una maceta que ya le quedó chica. Cada vivencia, cada pequeña cosa se vuelve sublime, porqué aunque sea por este instante podemos compartirla, porque la vida es nuestra para disfrutar, así sea brevemente. Ahora que me voy por segunda vez, siento que al irme una gran parte de mi corazón se queda allí con él. Se queda arropada, decansando a su lado en la cama; en las calles de Zipaquirá y en las canciones que oimos en los buses camino a Bogotá; al lado de la chimenea en la Chocita y en el lugarcito dónde comimos tamal en el centro. Se queda con las palomas en la Plaza Bolivar, en el atardecer en el parque y en las matitas sobre las tejas frente a nuestra mesa en el Chorro de Quevedo.

Qué manera que tiene la vida de nunca dártelo todo, de arrojarte trozos de felicidad para vivir y comprender sólo el momento que se tiene en frente. De esta mezquindad de la vida, siempre parece desprenderse una lección, la cual nunca es aparente cuando estás en el momento. Es extraño el sentimiento de amar desde lejos, pero no es irreal, y mucho menos imaginario. Al contrario, esa extrañeza, esa magia, es el recordatorio más fuerte de lo que nunca quiero dejar de sentir, aunque por ahora sea sólo a la distancia.

Fotos por Javier Rodríguez