Monday, May 14, 2012

El Tango del Duelo

El registro de todos los pequeños detalles me devolvía la sonrisa. El círculo de lucecitas de colores sobre mi cabeza, las paredes rústicas teñidas de luces rojas, el rasguño de los tacones sobre el piso de madera. Comienza la milonga, el triste arrastrado del bandoneón, y yo estoy parada en la orilla de la pista, con los hombros tiesos y los ojos sin brillo, sin saber qué hacer. Nunca antes había bailado tango. No se supone que estuviera sola en esta milonga, ni en Buenos Aires, ni en este viaje.

Se acerca un señor vestido de negro y de sonrisa sincera. Me extiende la mano a la altura de mi cintura y me pregunta: ¿Bailás?

Le digo que sí, insegura de poder bailar bien. Me toma de la mano, y su piel es tibia y suave, reconfortante; desliza la otra mano hacia mi espalda y recuerdo cuanto me gusta esa cercanía sincera y amorosa con otro ser humano. De a poco se acerca y encaja su mejilla sobre la mía, desde dónde puedo sentir su respiración tranquila y lenta, mientras una bocanada de aire suya abarca dos mías. En ese momento, desde tan cerca, siento su perfume, sutil como su respiración.  

¿Estás nerviosa?- Me pregunta.  

- Le digo. No sé como hacer esto. Yo estoy acostumbrada a otras melodías, no sé como seguirle el ritmo al tango. Estoy perdida.

Unos segundos después, no cuando yo lo esperaba, me responde: Tranquila, el peso cae sobre un pie o sobre otro, no hay manera de equivocarse, sólo hay que caminar.

Yo comienzo a seguirle los pasos; tengo miedo de hacer el ridículo frente a tantas personas capaces bailando en la misma pista. Miro mis pies para no equivocarme. Lo piso. Me disculpo.

Le digo frustrada: la verdad es que no sé como hacer esto, discúlpame, sé paciente conmigo.

Con su sonrisa leve, me mira a los ojos, mi mano ya tibia sobre la suya: No, tú sé paciente con el tango y déjate llevar, déjate llevar...me dice esto y comienza a caminar la pista conmigo. Él avanza, yo retrocedo, abrimos de lado y sigue diciéndome...déjate llevar, déjate llevar y ahora cierra los ojos...  Pero cómo voy a cerrar los ojos -le contesto- ¡Me voy a caer!

Como encontrándose triviales mis inquietudes, me dice: No te preocupes, la música te irá mostrando hacia dónde ir, sólo cierra los ojos y escucha.

Decido escucharle y tenerle confianza. Él me sostuvo y cerré mis ojos...todo se puso negro, quedando así sólo la música y su respiración lenta, exhortándome a tranquilizar la mía.

Allí, en esa milonga, triste y sola, con un perfecto extraño y los ojos cerrados, comencé a soltarlo todo, a transpirar mi dolor, y a tratar de caminar tan sólo con el compás que me marcaba el bandoneón.

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